16.11.13

Trazos sueltos (relato corto)


 
¿Se puede escribir en una cafetería de aeropuerto, en el barullo pomeridiano, con estrépito continuo, toses, charlas, ruidos mecánicos, trasiego de futuros pasajeros, portátiles inoportunos, risotadas e impaciencias, niños deglutiendo papilla, guapos y guapas melosos y ensimismados, medias parejas atentas al entorno o queriendo rememorar algún acontecimiento conyugal, amigos que vienen y que también van, cafeses y tés, helados y gafas perdidas, temores e inhibiciones sociales, y algún que otro solitario como yo? No sé si es posible escribir en una situación como la descrita, mas intento hacer la prueba —quien no la busca, nunca paladea el gusto—.
 
De frente a mí, el trajín aéreo y terrestre, una maraña de acciones previstas y espontáneas que acrecientan el interés de los anónimos espectadores desde el “gran café” (así lo han querido intitular). Debajo de los folios plegados en que escribo, verde (original) sobre blanco no reciclado (pero sí reutilizado), se halla Le Monde Diplomatique, un mensual de rotativa clásica pero diferente: democrático, “ciudadano (citoyen)”, independiente (¿de qué o de quién?), cercano al lector francés y al aprendiz del galo (como un servidor).
 
El niño acabó su papilla y se fue. Yo hago lo mismo, aunque mi helado desapareció hará más de una hora... En estos momentos me enfilo por el pasillo móvil hacia ese nuevo artefacto que misteriosamente (para el profano en física) se atreve con la bóveda herculiana... Y continúo escribiendo una vez aterrizada semejante máquina en tierra española, catalana para mayor precisión. El cambio fue bueno: la huelga que puso en marcha mi compañía inicial me ofreció sin proponérselo un viaje más cómodo y seguro, si cabe; más “ibérico”, más nuestro... Son sentimientos un tanto patrióticos pero normales si se tiene en cuenta el año entero sin ver, respirar, tocar y sentir la atmósfera peninsular.
 
Descargado y recogido el equipaje, me acomodo en el ferrocarril regional preestablecido, el único que acerca a los aeropasajeros al mismo centro de la ciudad condal. Poco rumor, por ahora, pero no paran de vocear a mi lado un gracioso castellano con acento semejante al levantino... y así no logro concentrarme. Escucho, pues, y me entretengo sin poder escribir.
 
 
 
Escrito entre el aeropuerto de Fiumicino (Roma) y la estación de Sants (Barcelona), en julio de 2000 (volviendo del Colegio Teológico Internacional OCD de Roma, a Valencia, España)

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