19.12.17

Figuras del Adviento: el "resto" de Israel

Ya nos avecinamos al final del Adviento. En realidad estamos en el IV Domingo de Adviento, pero al tener esta 4ª semana de Adviento pocos días hábiles (sábado 23, domingo 24), y ya entrar de lleno en la Navidad (vigilia del domingo 24 al lunes 25, lunes 25...), viene a ser como un preludio de la Navidad, una especie de 'larga víspera' de la Natividad.

Por eso, propongo ahora una curiosa figura de Adviento, que en realidad no es una figura sino un colectivo de ellas: unas cuantas, unas muchas, bastantes..., quizá innumerables. Es el grupo englobado bajo la expresión "el resto de Israel".

¿Y quiénes formaban parte de ese resto de Israel? Los piadosos, los devotos, los temerosos de Dios, los que escuchaban la Palabra de Dios y la cumplían, los que esperaban al Mesías (aunque con ideas muy distintas y, aún, muy dispares y contrapuestas)... Entre ellos se encuentran María la Virgen, su esposo José, la pariente de María llamada Isabel, el esposo de ésta: Zacarías, el niño de ambos: Juan (luego llamado el Bautista); también, otros personajes que no aparecen ahora y que aparecerán en el tiempo litúrgico de Navidad, como el anciano Simeón, y la anciana Ana; o los pastores (aunque quizá no fueron previamente tan conscientes de la espera-venida del Señor, y solo lo fueron más tarde, cuando el anuncio del ángel... o tal vez, por ser sencillos, estaban más predispuestos...).

¿Cómo formar parte hoy de ese 'resto de Israel'? Cronológicamente hablando es imposible, claro está. Pero si 'el nuevo Israel' viene a ser la Iglesia de Cristo (la universal, toda unida), así como la Jerusalén de entonces es la Jerusalén de hoy (ciudad histórica, geográfica), pero la Jerusalén celeste es la "ciudad santa" en que viviremos en la vida eterna..., entonces, de algún modo misterioso y no del todo explicable, podemos formar parte hoy del 'resto del nuevo Israel', de la Iglesia que peregrina y que espera a su Señor (la misma que ha repetido durante todo el Adviento: «Ven, Señor Jesús» (en himnos y responsorios).

Como el Señor Jesús ya vino (venida histórica -1ª), viene cada día (venida existencial y dinámica o espiritual -2ª) y vendrá al final de los tiempos (venida teológica -concretamente 'escatológica' en cuanto que habla del 'ésjaton', que en griego viene a ser el final de este tiempo y el inicio del tiempo no cronológico sino del tiempo eterno de Dios -que llamamos 'vida eterna'-, y que mientras tanto, andamos en el tiempo cronológico, que también puede ser salvífico ['kairós'] -3ª- mientras peregrinamos en fe por el tiempo concreto de nuestra vida/existencia en la tierra y nos dejamos salvar por Dios). Como esas tres venidas se dan o se darán en nuestra Historia, podemos abrirnos en la 2ª venida, que es la más cercana para nosotros, con el fin de que espiritualmente venga Jesucristo a nuestra vida, casa, trabajo, grupo, movimiento, comunidad, ciudad, espíritu, iglesia...

Por tanto, imitando las actitudes de espera esperanzada, de paciente espera, de activa espera, como tuvieron todos y cada uno de esos mencionados personajes de Adviento que conforman el grupo del resto de Israel, imitándoles, pues, nos convertimos en el nuevo resto de Israel, que sigue esperando a su Señor, aun sabiendo que ya vino y que vendrá definitivamente; pero, por eso mismo, durante el 'mientras' (el ya pero todavía no) nos pertrechamos con las armas del Adviento (fe, alegría, esperanza, paciencia, misericordia, serviciosilencio, escucha, oración, entrega, aceptación,...). Todas estas 'armas' espirituales las hemos ido viendo o percibiendo a lo largo de las diversas 'figuras del Adviento' (desde Isaías hasta Juan -de Zacarías-, pasando por las varias perspectivas de la Virgen María). Ahora nos toca a nosotros, cada uno en particular, decidir si estamos dipuestos a ser parte...


(Fuente de la última imagen: "Oración para la víspera de la Navidad")

20.8.17

Profecía de Zacarías: paz en Jerusalén

 La lectura primera del Oficio de Lecturas de ayer (jueves de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario -en el oficio coral católico-) traía un largo pasaje: todo el capítulo 8 del Libro del Profeta Zacarías o Profecía de Zacarías (que encontramos en el Antiguo Testamento, entre los llamados "Profetas Menores", libro que se halla entre el del Profeta Ageo y el del Profeta Malaquías -éste es el último libro de la Biblia hebrea; por tanto Zacarías es el penúltimo, tanto de la Biblia hebrea como del Antiguo Testamento para nosotros).


Para entender mejor quién es el autor y su época, qué dice en su profecía y porqué, copio dos párrafos de una introducción al Profeta Zacarías (que se hallará en la Biblia editada por la editorial San Pablo, a cargo del biblista Evaristo Martín Nieto y su equipo de colaboradores).

«Zacarías ("el Señor se acuerda") nació probablemente en el seno de una familia sacerdotal (cf. Zac 1,1; Neh 12,4.16), y ciertamente sus vaticinios tienen un marcado sello levítico. Comenzó su carrera profética unos dos meses después que Ageo (cf. Zac 1,1 y Ag 1,1.15), con el que coincidió un mes, durante el que se apoyaron mutuamente en la exhortación a reconstruir el templo. Él continuó su ministerio dos años más, entre el 520-518 a.C., durante el reinado de Darío de Persia, sucesor de Cambisés (Zac 1,1.7). Tiene, como Ageo, la preocupación por la restauración del templo; pero su preocupación principal fueron los valores morales, la pureza y santidad de vida (cf. Zac 7,5s.9s; 8,19). Se considera a sí mismo como continuador de los profetas anteriores (cf. Zac 1,4; 7,7.12).
Cronología del período del Profeta Zacarías (520-518 a.C.)
»Los autores están de acuerdo en que la primera parte del libro es del profeta Zacarías (capítulos 1 al 8). (...). En la primera parte la preocupación está en la restauración del templo (...).
»El contexto histórico de la primera parte es el de Ageo, bajo el dominio persa y con no pocas dificultades para llevar a cabo la reconstrucción del templo. (...).
»La primera parte (caps. 1-8) contiene una introducción (1,1-6), ocho visiones con sentencias proféticas a modo de comentario, (...), y un apéndice mesiánico (7,1-8,23). En ella el profeta trata de llevar un mensaje de fe y esperanza a la comunidad ante las adversidades que sufre: Dios dará la salvación, pero exige previamente la conversión. El contenido fundamental es el anuncio de la era mesiánica, que vendrá con seguridad y pronto. Se caracterizará por la reconstrucción del templo y de Jerusalén (1,16; 8,3), la vuelta de todos los dispersados (2,8; 4,5; 6,15; 7,7s), la venida de Dios a la ciudad reconstruida (8,3), el aniquilamiento de las naciones opresoras de Judá (2,1-4), la conversión de las naciones (2,15; 8,20-23), la destrucción del pecado (3,9; 5) y el establecimiento de la paz (3,10; 8,12)».
    
«Pedid la paz para Jerusalén:
"Que vivan tranquilos tus amigos,
que reine la paz dentro de tus muros
y tranquilidad en tus palacios".
Por mis hermanos y compañeros,
diré: "La paz esté contigo".
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo la felicidad»
(Sal [122] 121, 6-9)

(Jerusalén, en hebreo Yerushaláyam, tiene dentro de sí la raíz de la palabra shalom, paz; por eso es llamada también Ciudad de paz o Ciudad de la Paz) 

  
Profecía de Zacarías
Capítulo 8 (versículos 1-8)

Perspectivas de salud mesiánica
1 El Señor todopoderoso m dirigió esta palabra:
Esto dice el Señor todopoderoso:
2 «Estoy enamorado de Sión
con un amor lleno de celos,
y una gran cólera se enciende en mí a favor suyo».
Esto dice el Señor omnipotente:
«Vuelvo a Sión
y habitaré en Jerusalén.
Jerusalén será llamada
de nuevo ciudad fiel,
y la montaña del Señor omnipotente,
montaña santa».
Esto dice el Señor omnipotente:
«Ancianos y ancianas
se sentarán todavía
en las plazas de Jerusalén;
tendrán un bastón en su mano
a causa de sus muchos años,
y las calles de la ciudad
estarán llenas de niños y niñas
que jugarán en sus plazas».
Esto dice el Señor omnipotente:
«Si el resto de este pueblo juzga
que esto es imposible,
¿lo tendré yo que juzgar también
como imposible?»,
palabra del Señor omnipotente.
Esto dice el Señor omnipotente:
«Libraré a mi pueblo
del país de oriente
y del país de occidente;
yo los traeré
para que habiten en Jerusalén.
Ellos serán mi pueblo,
y yo seré su Dios
en la fidelidad y en la justicia».


¡Qué bellas imágenes utiliza el profeta Zacarías!:
    
1) los ancianos -que se sirven ya del bastón, por la muy larga edad y los achaques- que hablan tranquilamente en las puertas de las casas, en las plazas del pueblo, de la ciudad;
2) los niños que juegan en las plazas, en las calles de la ciudad y del pueblo...

Si los ancianos siguen viviendo es que ha habido un tiempo largo de paz, en el cual han perseverado pacíficamente las personas hasta llegar a su ancianidad, en paz, y pueden compartirlo con otros ancianos -llegar a la ancianidad no sería una excepción, sino la regla- y compartir tranquilamente el tiempo vivido, las vivencias de un tiempo pasado...

Si los niños juegan en la calle es que las calles y las plazas de la ciudad no están ocupadas por los ejércitos en guerra o por los bandidos o por los francotiradores... Si las calles están llenas de niños y de niñas, es que las calles están limpias de guerra, llenas de paz, y los niños las llenan de su alegría, de su jolgorio e inocencia, de su algarabía, que alegra la ciudad y da esperanza a los mayores: esos niños jugando muestran la paz de la ciudad...



«Los hijos son un regalo del Señor;
el fruto de las entrañas, una recompensa.
Como flechas en manos del guerrero,
así son los hijos de la juventud;
dichoso el que llenó de ellos su aljaba»
(Sal [127] 126, 3-5a)

 Bibliografía recomendada:
Un sencillo folleto para leer y entender el libro del Profeta Zacarías,
junto con otros profetas menores:
Cuadernos bíblicos, nº 90 - Ediciones Verbo Divino, Estella (Navarra)

17.6.17

Un apunte de naturaleza: flor de junio


Ayer abrió el cactus su hermosa flor, flor que dura unos dos días y que, sobre todo, está más esplendente y abierta de buena mañana, antes de que reciba del sol todo su calor... Esta foto la he hecho ya al atardecer, con lo cual no está tan bella como deseaba mostraros... Con todo, fijaos en el detalle de la foto siguiente: ¿cómo es posible tanta belleza para dos días solamente?



Al ver las multitudes, Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos; y se puso a enseñarles así [Mt 5,1-2 (inicio de las bienaventuranzas)]:
«No podéis servir a Dios y al dinero. Porque eso os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué vais a comer; ni por vuestro cuerpo, qué vais a vestir. Porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. Mirad las aves del cielo; no siembran, ni siegan, ni recogen graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros, por mucho que cavile, puede añadir una sola hora al tiempo de su vida? Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Mirad cómo crecen los lirios del campo, no se fatigan ni hilan; pero yo os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana se la echa al fuego, ¿no hará más por vosotros, hombre de poca fe? No os inquietéis diciendo: "¿Qué comeremos?" o "¿qué beberemos?" o "¿cómo vestiremos?". Por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que las necesitáis. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. Así que no os inquietéis por el día de mañana, que el mañana traerá su inquietud. A cada día le bastan sus problemas» (Mt 6, 24b-34).


1.6.17

Algo sobre san Justino

San Justino
(filósofo, converso y mártir, +165)

El mes de junio lo hemos inaugurado (1 de junio) con uno de los primeros conversos: san Justino. Dejo aquí algunas pistas curiosas sobre este santo curioso: Justino, primero filósofo; luego, ya en edad madura, converso; por fin, mártir al testimoniar su fe (muere en el año 165).

Evidentemente, todo el que estudie el período patrístico, tiene que admitir que Justino se convirtió; le sirvió en parte la filosofía para llegar a la verdad de la fe; en ese sentido podríamos decir que no fue un Pablo (no cayó ni del potro ni del caballo, ni siquiera de un ponny) ni tampoco, diríamos, fue un Agustín; aunque, si hay que escoger alguno de los dos para compararlo, podría ser que fuera más un Agustín en el sentido de que tuvo un proceso hasta su conversión, que no fue inmediata (por un golpe de la gracia...).

Desde siempre se ha reconocido, pues, el 'estatus' de converso de Justino. Si nos vamos un poco atrás, ya aparece en la magna obra de Esslinger, ese sacerdote suizo que investigó sobre los conversos allá por 1840; del mismo modo, Huby, especialista donde los haya, de inicios del siglo XX (1919), también lo recoge en su recopilación de casos (en francés); el italiano Barra (de mediados del siglo XX, 1959) igualmente lo menciona en su estudio sobre la psicología de los conversos (hay traducción en varios idiomas, entre ellos, en español); el profesor Morales (Universidad de Navarra, Opus) -tras investigar poco a poco y de lleno el caso paradigmático del cardenal Newman (1976, 1978, 1979 y 1983), también tiene en 1984 un estudio acerca de «La investigación sobre San Justino y sus escritos» (en Scripta Theologica, de Pamplona, tomo 16, p. 869-896); en la misma revista, el profesor Merino también publicó unos años después (1987) otro artículo de investigación -más pequeñín que el anterior de Morales- sobre la conversión de S. Justino («Condiciones espacio-temporales de la conversión cristiana en San Justino Mártir», en el tomo 19, p. 831-840); por otro lado, en el santoral abreviado que hace el norteño Núñez Uribe en la editorial Verbo Divino (1991), sale mencionado S. Justino; el famoso César Vidal, que hacia 1992 no era tan conocido o no tan mediático y que, entonces, era Vidal Manzanares, en su diccionario de patrística (editorial Verbo Divino de nuevo), evidentemente, también lo cita; y ¡cómo no! aparece en el Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana, que en dos gruesísimos volúmenes dirigidos por el agustino italiano Àngelo Di Berardino, tiene publicado la editorial Sígueme (de los Operarios Diocesanos, en Salamanca [1992, pero tengamos presente que es traducción del italiano, con lo cual el original es de algún año anterior]), en cuyo segundo tomo se le dedica un artículo, por el agustino De Simone (p. 1.224-1.226); el cardenal Doré, en el tomazo (en francés) conmemorativo que regaló a la cristiandad cuando íbamos a entrar en el III milenio, le dedica un capítulo, reconociendo que fue uno de los 365 momentos-clave de la historia de la Iglesia cristiana (concretamente, católica: «Justino de Roma. Un gran filósofo hizo de su vida su amor a Cristo») y lo menciona repetidamente a lo largo de su magna obra (es que titula su obra como 365 días del año, pues 365 capítulos de dos páginas o tres, o como mucho cuatro, sobre momentos-clave de la Historia de la Iglesia); asimismo, las monjas cistercienses Carrasquer Pedrós y Saratxaga González, en su importante, único e interesantísimo estudio sobre Matrología (2001), publicado por la editorial Monte Carmelo (de los carmelitas descalzos de Burgos), también lo mencionan; de igual modo, en la edición de la misma editorial Monte Carmelo de la guía abreviada de padres de la Iglesia del máximo especialista Hamman (2006), se halla una extensísima mención (10 páginas: 26-36); y finalmente, el agustino Del Olmo Veros, en su volumen dedicado a los conversos en la era patrística (publicado por la editorial Edibesa, en esa colección inventada por el siempre genial P. José Antonio Martínez Puche, dominico, titulada "El Camino de Damasco", y que tiene 7 volúmenes, como signo de la perfección: y abarca desde el siglo I hasta el siglo XXI...), también aparece mencionado varias veces, y le dedica por fin un espacio de honor (esta vez, el doble que en Hamman: 20 páginas: 167-187). Ya, por último, una curiosidad curiosa: el jesuita converso Cyril Charles Martindale (1879-1963), ensayista, profesor y predicador londinense, fue conocido por su faceta de biógrafo de ciertos conversos; ¿a qué no adivináis de quiénes -conversos- hizo biografías? Pues sí: de S. Justino, del beato Newman y de monseñor Benson... Trío de ases, porque vemos, de nuevo, que Newman aparece aquí y allá, y siempre por algún lado se cuela nuestro Justino. ¡Bravo por él! De él, precisamente, el papa Benedicto XVI ha hablado (y escrito) en esas magníficas audiencias (como las 'mercoledinas' del beato Juan Pablo II, pero más enjundiosas aún), en donde va pasando revista a toda figura que haya marcado la vida de la Iglesia; además, él que es tan especialista y tiene un hondo, hondísimo, conocimiento reposado sobre la patrística, creo que le encantó (y nos encantó) con su comentario sobre S. Justino. Así que... no nos queda más remedio que decir: "San Justino, querido, 'ora pro nobis'".


11.5.17

Recorrido papal del siglo XX (1901-2000): la DSI

Vamos a hacer un repaso muy breve a los papas de la Iglesia católica en el siglo XX, fijándonos en la "Doctrina Social de la Iglesia" (sigla: DSI) que han dado a luz en sus diversas encíclicas y en otros documentos.


1. León XIII (papa de 1878 a 1903): el papa social

Es el papa más longevo (murió a los 94 años) y su pontificado fue el segundo más largo del presente grupo (25 años), por detrás del de Juan Pablo II (duró 27 años). Promulgó en 1892 la famosa encíclica Rerum novarum, con la que inauguró la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), la cual ha inspirado otras encíclicas o mensajes a varios papas, como veremos abajo (en el 40º, en el 50º, en el 80º y en el 100º aniversario). Con ese importante documento pontificio se intentaba recuperar al mundo obrero y abordar toda la cuestión social, teniendo en cuenta todos los acontecimientos acaecidos en el ámbito social desde la revolución industrial. Este papa inauguró el siglo XX, aunque vivió principalmente en el siglo XIX.

 2. Pío X (de 1903 a 1914): el papa doctrinal
Durante su pontificado dio doctrina para la música sacra (en 1903), doctrina contra el peligro del modernismo (la Pascendi, 1907), para la comunión a los niños (se le puede llamar, también, "el Papa de la comunión a los niños" o "el Papa de la Eucaristía") y, en el plano de la doctrina social de la Iglesia, fue el primero que dio una síntesis doctrinal sobre la Acción Católica, es decir, sobre los laicos en la Iglesia. También es conocido el Catecismo de San Pío X, debido a que también se preocupó en ofrecer una síntesis de la fe.

 3. Benedicto XV (de 1914 a 1922): el papa 'profeta de la paz'

Su pontificado estuvo marcado por la I Guerra Mundial, por eso y por sus insistentes llamadas a la paz en Europa, fue llamado "profeta de la paz"; de hecho, escribió la Pacem Dei munus (en 1920) sobre la restauración cristiana de la paz. En su pontificado se promulgó el Código de Derecho Canónico (1917), algo sin precedentes durante los anteriores 19 siglos de la Iglesia. Es un papa muy desconocido para el común de los cristianos (aún más para los no cristianos); en cambio, en él se inspiró Bendicto XVI (en 2005), tomando su nombre y diciendo que su papado sería corto, como el de Benedicto XV; lo cual se ha verificado en febrero de 2013, con su famosa renuncia.

4. Pío XI (de 1922 a 1939): el papa 'vaticano'

En 1922 se firmaron los "Pactos de Letrán" o "Pactos Lateranenses", dados en la Basílica de San Juan de Letrán, sede del Obispo de Roma (es el único obispo de la Iglesia católica que también es Papa), por los que se creaba el actual estado de la Ciudad del Vaticano, soberano e independiente, de muy reducido terreno, en Roma. Se ponía fin, definitivamente, a la larga historia de los antiguos Estados Pontificios. A Pío XI le tocó el tiempo de entreguerras (la I y la II mundiales); por eso escribió la Quadragesimo anno, sobre la restauración del orden social, cuando se cumplían 40 años de la Rerum novarum (encíclica de León XIII, el primer papa en el s. XX). Su secretario de estado, el cardenal Pacelli (futuro Pío XII), cosiguió el Concordato alemán en 1933 (con el III Reich). En 1937 firmó Pío XI dos documentos condenando tanto el nazismo como el comunismo, respectivamente.

 5. Pío XII (de 1939 a 1958): el papa diplomático

A este papa le tocó vérselas con los regímenes en medio de la II Guerra Mundial. Se vio recluido en el Vaticano por el régimen nazi. Había sido nuncio y luego secretario de Estado con el papa anterior (Pío XI) y suyo propio, cosa que llamó la atención, aunque él conocía perfectamente toda la curia vaticana y el oficio propio curial. Un radiomensaje suyo en 1941, recordó los 50 años de la Rerum novarum (de León XIII). También fue el "Papa mariano", por la proclamación del dogma de la Asunción de María (en 1954). Contrariamente a lo que se suele decir, falseando la verdad, ayudó a los judíos en su pontificado, de muchas maneras: directa e indirectamente; no condenó el nazismo porque ya estaba condenado (ver lo dicho de Pío XI) y porque podía acarrear grandes tragedias.

 6. Juan XXIII (de 1958 a 1963): el papa bueno

Su figura oronda y su faz bonachona, unidas a una gran cantidad de anécdotas suyas que rápidamente se propagaron, además de su talante bueno y positivo, hicieron que pronto se le llamara "el Papa bueno", que no significa "bonachón" en sentido peyorativo. De hecho, ese supuesto 'bonachón' convocó el II Concilio Ecuménico del Vaticano, dejando a todos con la boca abierta, pues nadie se lo esperaba. Rehabilitó a algunos teólogos renovadores pero anteriormente puestos en entedicho. Comenzó la renovación de la Iglesia. También promulgó la Mater et magistra (1961) y la Pacem in terris (1963), retomando la línea de la "Doctrina Social de la Iglesia" (DSI): por un lado eclesiológica (la Iglesia, como madre y maestra) y, por otro, la paz, en un mundo que se hallaba partido en dos, por la llamada "guerra fría", que él supo deshelar a base del calor que infunde la caridad y la oración.

7. Pablo VI (de 1963 a 1978): el papa sabio

Fue el Papa del Concilio Vaticano II, pues lo llevó a término, lo clausuró, y orientó su puesta en funcionamiento. Del mismo modo, convocó los primeros Sínodos monográficos en Roma, para toda la Iglesia. Promulgó la Populorum progressio (1967) y también la Octogesima adveniens (1971), a los 80 años de la Rerum novarum (de León XIII), en doctrina social de la Iglesia. Fue muy pensativo y conocido por su sabiduría, reflexión y moderación. Para los temas complejos, nombró comisiones; una de ellas trató los temas bioéticos, y ello dio lugar a la Humanae vitae (1968), la cual causó gran revuelo porque, básicamente, se trataba de temas sensibles para la sociedad.

8. Juan Pablo I (1978): el papa sonriente
El Papa sonriente. Ésa es la imagen que ha quedado de este papa de tan breve pontificado (apenas un mes): la de su gran sonrisa, que ya mostró en la anterior responsabilidad como patriarca de Venecia (antes de ser papa) y luego al ser elegido en el cónclave. Se acercó a todos, especialmente a los niños y, desde ellos, explicaba toda la doctrina católica con palabras muy sencillas, fáciles de entender para todos los públicos, plasmadas en sus cartas, tituladas como Ilustres señores (publicadas en la BAC minor). Quiso renovar la curia vaticana, pero no le dio tiempo.

9. Juan Pablo II (de 1978 a 2005): el papa viajero

Este gran papa (ha sido llamado ya: "Juan Pablo II el Grande" o "Juan Pablo II Magno") llevó el papado a la calle, a todos los continentes y países a los que alcanzó con sus numerosos viajes (más de un centenar) durante su larguísimo pontificado (27 años). Se inventó las JMJ o Jornadas Mundiales de la Juventud, por eso también es llamado "Papa de los jóvenes".  Fue el primer papa no italiano en el siglo XX y, además, el primero polaco de toda la historia de la Iglesia. También "Papa mariano", como Pío XII, con la constante de la Virgen de Fátima en su pontificado (incluso en las interpretaciones del grave atentado que sufrió). Protagonista de la caída del Muro de Berlín, primer papa que visitó Cuba y la Cuba comunista de Fidel Castro... Es el papa de "la primera vez que el Papa hizo esto o aquello", por lo cual será recordado de múltiples modos y en numerosos lugares, donde hoy se alzan grandes estatuas que lo conmemoran. En DSI, promulgó la Laborem exercens (1981), la exhortación postsinodal Sollicitudo rei socialis (1987: sobre el papel de los laicos en el mundo de hoy) y la encíclica Centesimus annus (1991), ésta a los 100 años de la Rerum novarum (de León XIII, en 1892). Como vemos, pues, aquella encíclica de León XIII ha hecho un recorrido memorable y conmemorado a lo largo y ancho del siglo XX. Consiguió cruzar el umbral del siglo XXI y del III milenio (como le había profetizado el cardenal primado de Polonia y su mentor); y sobre ello escribió varios documentos (la Tertio millennio adveniente, para preparar el Jubileo 2000 y la Novo millennio ineunte, donde habla de la espiritualidad de la comunión: gran redescubrimiento de cara al siglo XXI, para la Iglesia y el mundo).
 (No están descritos Benedicto XVI ni Francisco por haber sido elegidos papas en el siglo XXI.)

11.4.17

Resurrección del Señor (noche del Sábado Santo, mañana y tarde del Domingo de Resurección y octava de Pascua): sinopsis de los 4 Evangelios


Una vez presentada la sinopsis de los 4 Evangelios (como material de ayuda o complementario) para las celebraciones del Jueves Santo (tarde [aquí] y noche [aquí]), del Viernes Santo (tarde y noche [aquí]), presento aquí lo equivalente -los textos bíblicos encajados unos con otros, cronológicamente hablando, tomados de los 4 Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan)- correspondientes a la celebración de la gran Vigilia Pascual, .«la madre de todas las vigilias» (S. Agustín), la misa del día del Domingo de Resurrección, la misa vespertida del mismo Domingo de Resurrección, así como toda la Octava de Pascua, durante cuyos días se van ofreciendo al pueblo de Dios cada uno de esos textos.


RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

SEGÚN LOS CUATRO EVANGELISTAS

(Desde la Resurrección hasta las apariciones en Galilea)


La Resurrección del Señor 
(domingo de resurrección por la mañana)


Un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella

(Mt 28,1-4 – Mc 16,1-4 – Lc 24, 1-3 – Jn 20,1)

Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamarlo. El primer día de la semana, muy de madrugada, al rayar el alba, antes de salir el sol, volvieron al sepulcro llevando los aromas preparados. Iban diciéndose: “¿Quién nos rodará la losa de la puerta del sepulcro?”. De pronto hubo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella. Su aspecto era como un rayo, y su vestido blanco como la nieve. Los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos. [Las mujeres] levantaron los ojos, y se encontraron con que la piedra había sido rodada del sepulcro; era muy grande. Entraron en el sepulcro y no encontraron el cuerpo de Jesús, el Señor.
 
 

Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto

(Lc 24,12 – Jn 20,2-10)

Entonces [María Magdalena] fue corriendo a decírselo a Simón Pedro y al otro discípulo preferido de Jesús; les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo, se levantaron y salieron corriendo hacia el sepulcro los dos juntos. El otro discípulo corrió más que Pedro, y llegó antes al sepulcro; se asomó y vio los lienzos por el suelo, pero no entró.
En seguida llegó Simón Pedro, se asomó, entró en el sepulcro y sólo vio los lienzos por el suelo; el sudario con que le habían envuelto la cabeza no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. Entonces entró el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó; pues no había entendido aún la Escritura según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos. Los discípulos se volvieron a su casa, maravillados de lo ocurrido.

(muy importante este texto anterior: "vio y creyó"; porque la Resurrección del Señor es el mayor signo: para que creamos, para que viéndolo, creamos, como creyó aquel discípulo amado de Jesús;
el resto de cosas que vendrán después, con ser muy importantes, nacen y surgen de esta anterior:
la fe en la Resurrección... porque si no creemos, entonces... ya nos pueden contar la Biblia en verso...)


“No está aquí. Ha resucitado. Va delante de vosotros a Galilea”

(Mt 28,5-7 – Mc 16,5-7 – Lc 24,4-8)

Entraron en el sepulcro y, al ver a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, se asustaron y bajaron los ojos. Mientras estaban desconcertadas por esto, se presentaron dos varones con vestidos deslumbrantes. Pero el ángel, dirigiéndose a las mujeres, les dijo: “No os asustéis; sé que buscáis a Jesús nazareno, el crucificado. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado, como dijo. Venid, ved el sitio donde lo pusieron. Recordad lo que os dijo estando aún en Galilea, que el hijo del hombre debía ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y resucitar al tercer día”. Ellas se acordaron de estas palabras. [Y continuó:] “Id en seguida a decir a sus discípulos y a Pedro: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como él os dijo”.



“¡María!”. “¡Rabbuní!”

(Jn 20,11-17)

María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Contestó: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: “Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, y yo iré a recogerlo”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella se volvió y exclamó en hebreo: “¡Rabbuní!” (es decir, “¡Maestro!”). Jesús le dijo: “Suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios”.


Aquellas palabras les parecieron un delirio, y no las creían

(Mt 28,8 – Mc 16,8-11 – Lc 24,9-11 – Jn 20,18)

Ellas salieron huyendo y se alejaron a toda prisa del sepulcro, porque se había apoderado de ellas el temor y el espanto, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo. Regresaron del sepulcro; con miedo y gran alegría corrieron a llevar la noticia a los discípulos y contaron todo a los once y a todos los demás. Jesús resucitó al amanecer del primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había lanzado siete demonios. María Magdalena fue a decir a los discípulos, a los que habían andado con él, que estaban llenos de tristeza y llorando, que había visto al Señor y a anunciarles lo que él le había dicho. Ellos, al oír que vivía y que ella lo había visto, no lo creyeron. Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas las que decían estas cosas a los apóstoles. Aquellas palabras les parecieron un delirio, y no las creían.


Jesús salió a su encuentro

(Mt 28,9-10)

De pronto Jesús salió a su encuentro y les dijo: “Dios os guarde”. Ellas se acercaron, se agarraron a sus pies y lo adoraron. Jesús les dijo: “No tengáis miedo; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán”.


“Decid que sus discípulos fueron de noche y lo robaron”

(Mt 28,11-15)

Mientras ellas se iban, algunos de los guardias fueron a la ciudad y contaron a los sumos sacerdotes todo lo que había ocurrido. Éstos se reunieron con los ancianos y acordaron en consejo dar bastante dinero a los soldados, advirtiéndoles: “Decid que sus discípulos fueron de noche y lo robaron mientras dormíais. Y si eso llega por casualidad a oídos del gobernador, nosotros le convenceremos y conseguiremos que no os castigue”. Ellos tomaron el dinero e hicieron como les habían dicho. Y este rumor se divulgó entre los judíos hasta el día de hoy.


Dos de ellos se dirigían a Emaús

(Lc 24,13-35)

Aquel mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos trece kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos; mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: “¿De qué veníais hablando en el camino?”. Se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido en ella estos días?”. Él les dijo: “¿Qué?”. Ellos le contestaron: “Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo, cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, pero a todo esto ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. Por cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dejado asombrados: fueron muy temprano al sepulcro, no encontraron su cuerpo y volvieron hablando de una aparición de ángeles que dicen que vive. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres han dicho, pero a él no lo vieron”. Entonces les dijo: “¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?”. Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras. Llegaron a la aldea donde iban, y él aparentó ir más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque es tarde y ya ha declinado el día”. Y entró para quedarse con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado. Y se dijeron uno a otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Se levantaron inmediatamente, volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que decían: “Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón”. Ellos contaron lo del camino y cómo lo reconocieron al partir el pan.


“¡La paz esté con vosotros!”

(Jn 20,19-23)

En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: “¡La paz esté con vosotros!”. Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió: “¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros”. Después sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos”.


“Ved mis manos y mis pies.

Soy yo mismo”

(Lc 24,36-49)

Estaban hablando de todo esto, cuando Jesús mismo se presentó en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con vosotros”. Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Él les dijo: “¿Por qué os asustáis y dudáis dentro de vosotros? Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como ellos no creían aún de pura alegría y asombro, les dijo: “¿Tenéis algo de comer?”. Le dieron un trozo de pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Luego les dijo: “De esto os hablaba cuando estaba todavía con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras. Y les dijo: “Estaba escrito que el mesías tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que hay que predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. Sabed que voy a enviar lo que os ha prometido mi Padre. Por vuestra parte quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto”.


Tomás no estaba con ellos cuando llegó Jesús

(Jn 20,24-29)

Tomás, uno de los doce, a quien llamaban “el Mellizo”, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”. Él les dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo”. Ocho días después, estaban nuevamente allí dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Jesús llegó, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: “¡La paz esté con vosotros!”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás contestó: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús dijo: “Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto”.

Ella fue a decírselo a los que habían andado con él

(Mc 16,9-16)

Jesús resucitó al amanecer del primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había lanzado siete demonios. Después de esto se apareció con una figura distinta a dos de ellos en el camino, cuando iban al campo. Éstos volvieron a dar la noticia a los demás, pero tampoco les creyeron. Después se apareció a los once estando a la mesa, y les reprendió su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado de entre los muertos.


Jesús se manifestó de nuevo a los discípulos en el mar de Tiberíades

(Jn 21,1-14)

Jesús se manifestó de nuevo a los discípulos en el mar de Tiberíades. Fue de este modo: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás “el Mellizo”, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Le contestaron: “Nosotros también vamos contigo”. Salieron y subieron a la barca. Aquella noche no pescaron nada. Al amanecer, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tenéis algo que comer?”. Le contestaron: “No”. Él les dijo: “Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis”. La echaron, y no podían sacarla por la cantidad de peces. Entonces el discípulo preferido de Jesús dijo a Pedro: “Es el Señor”. Simón Pedro, al oír que era el Señor, se vistió, pues estaba desnudo, y se echó al mar. Los demás discípulos llegaron con la barca, ya que no estaban lejos de tierra, a unos cien metros, arrastrando la red con los peces. Al saltar a tierra, vieron unas brasas y un pescado sobre ellas, y pan. Jesús les dijo: “Traed los peces que acabáis de pescar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: “Venid y comed”. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: “¿Tú quién eres?”, pues sabían que era el Señor. Entonces Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que se apareció a los discípulos después de haber resucitado de entre los muertos.
 

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”

(Jn 21,15-19)

Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “¡Apacienta mis corderos!”. Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “¡Apacienta mis ovejas!”. Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro se entristeció porque le había preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “¡Apacienta mis ovejas!”. “Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te sujetabas la túnica con el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, otro te la sujetará y te llevará adonde tú no quieras”. Dijo esto para indicar con qué muerte iba a glorificar a Dios. Después añadió: “¡Sígueme!”.


Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas

(Jn 21,20-24)

Pedro se volvió y vio que lo seguía el discípulo preferido de Jesús, el que en la pascua se recostó en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?”. Pedro, al verlo, dijo a Jesús: “Señor, y éste, ¿qué?”. Jesús le dijo: “Si yo quiero que éste se quede hasta que yo venga, a ti ¿qué? Tú sígueme”. Y entre los hermanos se corrió la voz de que aquel discípulo no moriría. Y no le dijo que no moriría, sino: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, a ti ¿qué?”. Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y el que las ha escrito; y sabemos que su testimonio es verdadero.
 

Fueron a Galilea. “Id y predicad el evangelio”

(Mt 28,16-18 – Mc 16,15-18)

Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús había señalado, y, al verlo, lo adoraron. Algunos habían dudado hasta entonces. Jesús se acercó y les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará. A los que crean les acompañarán estos prodigios: en mi nombre echarán los demonios; hablarán lenguas nuevas; agarrarán las serpientes y, aunque beban veneno, no les hará daño; pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.


Se separó de ellos y subió al cielo

(Mt 28,19-20 – Mc 16,19-20 – Lc 24,50-53)

Jesús, el Señor, después de haber hablado con ellos, los sacó hasta cerca de Betania. Levantó las manos y los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y subió al cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Ellos lo adoraron y se volvieron a Jerusalén llenos de alegría. Se fueron a predicar por todas partes. Estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios. El Señor cooperaba con ellos y confirmaba su doctrina con los prodigios que los acompañaban.


Estos milagros han sido escritos para que creáis. Otras muchas cosas hizo Jesús

(Jn 20,30-31; 21,25)

Otros muchos milagros hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Otras muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, me parece que en el mundo entero no cabrían los libros que podrían escribirse.

Detalle de la Resurrección del Señor (pintado por "El Greco")

(Fuentes de las imágenes: aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí; y más textos y reflexiones aquí)

Viernes Santo (por la tarde-noche): sinopsis de los 4 Evangelios


En continuidad con las dos entradas anteriores respectivas a los textos evangélicos de la celebración del Jueves Santo (por la tarde: aquí; y por la noche: aquí), ofrezco ahora los textos concordados de los 4 Evangelios correspondientes a lo que celebramos el Viernes Santo (ya sea por la tarde o en la noche): relata el momento que va desde el prendimiento en el monte de los Olivos (visto en el Jueves Santo por la noche) hasta la muerte en cruz de Jesús y su enterramiento.


 

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

SEGÚN LOS CUATRO EVANGELISTAS

(después del prendimiento hasta la Crucifixión)


La Muerte del Señor 
(viernes santo por la tarde)
 
 

Lo prendieron y lo llevaron primero a Anás. Luego a Caifás

(Mt 26,50b.57 – Mc 14,46.53 – Lc 22,54 – Jn 18,12-13.19-24)

Entonces, la tropa, el oficial y los guardias de los judíos se acercaron a Jesús, le echaron mano y lo prendieron; lo ataron y lo llevaron primero a Anás, por ser suegro de Caifás. Éste era sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había asegurado a los judíos: “Conviene que muera un hombre por el pueblo”. El sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: “Yo he hablado públicamente a todo el mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en secreto. ¿Qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les he dicho; ellos saben lo que yo he dicho”. Al decir esto Jesús, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciendo: “¿Así respondes al sumo sacerdote?”. Jesús le contestó: “Si he hablado mal, demuéstramelo; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”. Entonces Anás lo mandó atado a Caifás, el sumo sacerdote. Los que prendieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde los maestros de la ley y los ancianos estaban reunidos.


Pedro lo había seguido de lejos. “No conozco a ese hombre”

(Mt 26,58.69-75 – Mc 14,54.66-72 – Lc 22,55-62 – Jn 18,14-18.25-27)

Simón Pedro y otro discípulo seguían de lejos a Jesús. Y este discípulo, como era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús en el atrio del palacio del sumo sacerdote, pero Pedro se quedó fuera, a la puerta. Los criados y los guardias [que habían apresado a Jesús] encendieron fuego en medio del patio porque hacía frío y se sentaron alrededor. Salió entonces el otro discípulo, conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y pasó a Pedro. Pedro se sentó entre ellos, con los criados, calentándose al fuego, para ver el fin. [Mientras] estaba fuera sentado en el atrio, se le acercó la portera y, al ver a Pedro calentándose sentado junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre? Tú también andabas con Jesús, el galileo”. Pedro lo negó delante de todos, diciendo: “No sé ni entiendo lo que dices”. Al salir hacia el portal, lo vio otra de las criadas del sumo sacerdote, y dijo a los que estaban allí: “Éste estaba con Jesús el Nazareno”. Y él de nuevo lo negó con juramento: “No conozco a ese hombre”. Transcurrió como una hora. Simón Pedro continuaba allí, calentándose; se acercaron a Pedro los que estaban allí y le preguntaron: “¿No eres tú también de sus discípulos? Seguro que tú también eres de ellos, porque [eres] galileo, pues tu misma habla te descubre”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel al que Pedro cortó la oreja, replicó: “¿No te vi yo en el huerto con él?”. Entonces él comenzó a maldecir y perjurar: “No conozco a ese hombre que decís”. E inmediatamente, mientras aún estaba hablando, cantó un gallo. El Señor se volvió, miró a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra del Señor cuando le había dicho: “Antes de que cante el gallo hoy, me negarás tres veces”. Y saliendo fuera, se echó a llorar amargamente.


Presentaron testigos falsos

(Mt 26,59-63a – Mc 14,55-61a)

Los sumos sacerdotes y el tribunal supremo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarle a muerte, y no lo encontraban. Muchos testificaban en falso contra él, pero no coincidían los testimonios. Algunos se levantaron para testificar en falso contra él, diciendo: “Nosotros le hemos oído decir: Yo derribaré este templo hecho por mano de hombre, y en tres días edificaré otro que no estará hecho por manos humanas”. Y ni en esto coincidían sus testimonios. Entonces, en medio de la asamblea, se levantó el sumo sacerdote y preguntó a Jesús: “¿No respondes nada a lo que éstos testifican contra ti?”. Pero Jesús permaneció callado y no respondió nada.


“Es reo de muerte”

(Mt 26,63b-66 – Mc 14,61b-64 – Lc 22,67-71)

De nuevo el sumo sacerdote le dijo: “¡Te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el mesías, el hijo de Dios!”. Jesús contestó: “Tú lo has dicho. Si os lo digo, no me vais a creer; y si yo os pregunto, no me vais a responder. Pero [yo] os declaro que desde ahora veréis al hijo del hombre sentado a la derecha del Padre, Dios todopoderoso, y venir sobre las nubes del cielo”. Todos dijeron: “Luego ¿eres tú el hijo de Dios?”. Y él les respondió: “Vosotros lo decís: Yo lo soy”. Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, si nosotros mismos lo hemos oído de su boca? Habéis oído la blasfemia.¿Qué os parece?”. Ellos respondieron: “¡Que es reo de muerte!”. Todos lo condenaron a muerte.


Se burlaban de él y lo golpeaban

(Mt 26,67-68 – Mc 14,65 – Lc 22,63-65)

Los que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. Luego se pusieron a escupirle en la cara; lo cubrieron con un velo, le taparon la cara y lo abofeteaban, mientras le preguntaban: “¡Adivina, mesías! ¡Haz el profeta!, ¿quién te ha pegado?”. Y los criados le daban puñetazos. Y le decían muchas otras injurias.


Decidieron condenar a muerte a Jesús

(Mt 27,1-2 – Mc 15,1 – Lc 22,66b. 23,1a)

Al amanecer, celebraron consejo los sumos sacerdotes, los ancianos del pueblo y los maestros de la ley y el tribunal supremo en pleno; lo llevaron al tribunal y decidieron condenar a muerte a Jesús. Se levantó la asamblea. Lo ataron, lo llevaron y se lo entregaron al gobernador.


Judas se arrepintió y se ahorcó

(Mt 27,3-10)

Judas, el traidor, al ver que Jesús había sido condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “He pecado entregando sangre inocente”. Ellos dijeron: “¿A nosotros qué? ¡Tú verás!”. Tiró en el templo las monedas, fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes recogieron las monedas de plata y dijeron: “No es lícito echarlas en el tesoro del templo, porque son precio de sangre”. Decidieron comprar con ellas el “campo del Alfarero” para sepultura de los extranjeros. Por eso aquel campo se llamó “campo de sangre” hasta el día de hoy. Así se cumplió lo que dijo el profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas, y las dieron por el campo del Alfarero, según lo que me ordenó el Señor.


Jesús compareció ante el gobernador

(Mt 27,11a – Jn 18,28-32)

De casa de Caifás llevaron a Jesús al palacio del gobernador. Era de madrugada. Los judíos no entraron en el palacio para no contaminarse y poder comer la cena de la pascua. Jesús compareció ante el gobernador. Pilato salió fuera y les dijo: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?”. Le respondieron: “Si no fuera un criminal, no te lo hubiéramos entregado”. Pilato les dijo: “Pues tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos replicaron: “A nosotros no se nos permite condenar a muerte a nadie”. Para que se cumpliera la palabra que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.


“El rey de los judíos”. “¿Qué es la verdad?”

(Mt 27,11b – Mc 15,2 – Lc 23,1b-3 – Jn 18,33-34-38a)

Lo condujeron a Pilato y comenzaron a acusarle, diciendo: “Nosotros lo hemos encontrado alborotando a nuestra nación, prohibiendo pagar tributo al césar y diciendo que él es el cristo rey”. Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Tú eres el rey de los judíos?”. Jesús respondió: Jesús respondió: “¿Dices esto por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato respondió: “¿Soy yo acaso judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”. Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis súbditos lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “¿Luego tú eres rey?”. Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Yo para eso nací y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “¿Y qué es la verdad?”.


De Herodes a Pilato. Jesús no le respondió nada

(Mt 27,12-14 – Mc 15,3-5 – Lc 23,4-16 – Jn 18,38b)

Dicho esto, Pilato salió fuera otra vez y dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: “Yo no encuentro ninguna culpa en este hombre”. Pero ellos insistían con más energía: “Alborota al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde empezó, hasta aquí”. Pilato al oír esto, preguntó si era galileo; al asegurarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió, porque Herodes estaba también en Jerusalén por aquellos días. Herodes se alegró mucho de ver a Jesús, porque hacía bastante tiempo que quería verlo, pues había oído hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hizo muchas preguntas, pero él no respondía nada. Por su parte, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley estaban allí y lo acusaban duramente. Herodes, con sus soldados, trató con desprecio a Jesús, se burló de él, le puso un vestido blanco y lo envió a Pilato. Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes eran enemigos. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo; yo lo he interrogado delante de vosotros y no lo he encontrado culpable de las cosas de que lo acusáis. Herodes tampoco, puesto que nos lo ha devuelto. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Por tanto, lo pondré en libertad después de haberlo castigado”. Y los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas. Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Pilato le preguntó de nuevo: “¿No respondes nada? ¿No oyes todo lo que dicen contra ti? Mira de cuántas cosas te acusan”. Pero Jesús no le respondió nada, hasta el punto de que el gobernador se quedó muy extrañado.


“No resuelvas nada contra ese justo”

(Mt 27,15-21 – Mc 15,6-11 – Lc 23,17-19 – Jn 18,39-40; 19,1)

Por la fiesta el gobernador tenía por costumbre conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás, [quien] había sido encarcelado junto con los sediciosos que en un motín ocurrido en la ciudad habían cometido un homicidio. Llegó la gente y se puso a pedirle la gracia que solía concederles. Pilato preguntó a todos los que estaban allí: “Vosotros acostumbráis a que os suelte un preso por la pascua. ¿A quién queréis que os deje en libertad? ¿A Barrabás o a Jesús, a quien llaman el mesías? ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Estando en el tribunal, su mujer mandó a decirle: “No resuelvas nada contra ese justo, porque he sufrido mucho hoy en sueños por causa de él”. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos azuzaron al pueblo y convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Y al decirles el gobernador: “¿A quién de los dos queréis que os suelte?”, ellos respondieron: “A Barrabás”. Ellos gritaban todos a una: “Quita de en medio a ése y deja en libertad a Barrabás”. Entonces Pilato mandó azotar a Jesús.


Le pusieron una corona de espinas en la cabeza. Y le daban bofetadas

(Mt 27,27-30 – Mc 15,16-19 – Jn 19,2-3)

Luego los soldados del gobernador llevaron a Jesús dentro del palacio, al pretorio, y reunieron en torno de él a toda la tropa. Lo desnudaron, le vistieron un manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano derecha; y, arrodillándose delante, se burlaban de él, comenzaron a saludarlo diciendo: “¡Viva el rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Le escupían y le pegaban con la caña en la cabeza y, doblando la rodilla, le hacían reverencias.


“¡Crucifícalo!”

(Mt 27, 22-26 – Mc 15,12-15 – Lc 23,20-25 – Jn 19,4-16)

Pilato salió otra vez fuera y les dijo: “Ved que os lo saco para que sepáis que no encuentro en él culpa alguna”. Jesús salió fuera, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Pilato les dijo: “¡Aquí tenéis al hombre!”. Los sumos sacerdotes y sus criados, al verlo, gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. De nuevo Pilato les habló, pues quería dejar en libertad a Jesús. Pero ellos gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Y Pilato, por tercera vez, les dijo: “¿Pero qué mal ha hecho? No he encontrado en él causa alguna de muerte; por tanto, lo dejaré en libertad después de haberlo castigado”. Pero ellos insistían a grandes voces pidiendo que fuera crucificado, y sus gritos cada vez eran más fuertes. Pilato les dijo: “Tomadlo vosotros y crucificadlo, pues yo no encuentro culpa en él”. Los judíos respondieron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se hace hijo de Dios”. Pilato, al oír estas palabras, tuvo aún más miedo. Entró de nuevo en el palacio y preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le contestó. Pilato le dijo: “¿Por qué no me contestas? ¿No sabes que puedo darte la libertad o crucificarte?”. Jesús le respondió: “No tendrías ningún poder sobre mí si no te lo hubiera dado Dios; por eso, el que me ha entregado a ti es más culpable que tú”. Desde entonces Pilato buscaba la manera de dejarlo en libertad. Pero los judíos gritaban: “Si lo dejas en libertad, no eres amigo del césar; todo el que se hace rey va contra el césar”. Pilato, al oír estas palabras, sacó fuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llamaban “enlosado”, en hebreo “Gábbata”. Era la víspera de la pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!”. Dijo Pilato: “¿Voy a crucificar a vuestro rey?”. Los sumos sacerdotes respondieron: “No tenemos más rey que el césar”. Viendo Pilato que nada conseguía, sino que aumentaba el alboroto y, queriendo satisfacer a la gente, decidió que se hiciera como pedían; mandó que le trajeran agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: “Soy inocente de esta sangre. ¡Vosotros veréis!”. Y todo el pueblo respondió: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Entonces les puso en libertad al que pedían, a Barrabás (el que había sido encarcelado por una revuelta y un homicidio), y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que lo crucificaran [y] para que hicieran con él lo que quisieran.


Lo llevaron a crucificar

(Mt 27,31 – Mc 15,20)

Después de haberse burlado de él, le quitaron la túnica, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.



Cargado con la cruz

(Jn 19,17-18a)

Jesús quedó en manos de los judíos y, cargado con la cruz, salió hacia el lugar llamado “la calavera”, en hebreo “Gólgota”, donde lo crucificaron.


A Simón le obligaron a llevar la cruz

(Mt 27,32 – Mc 15,23 – Lc 23,26)

Cuando lo conducían, [al salir], encontraron a un hombre de Cirene, que pasaba por allí, llamado Simón, que venía del campo, padre de Alejandro y Rufo; echaron mano [de él] y le obligaron a llevar la cruz de Jesús; le cargaron la cruz para que la llevara detrás de él.


Lo seguía mucha gente del pueblo y mujeres

(Lc 23,27-31)

[A Jesús] lo seguía mucha gente del pueblo y mujeres, que se daban golpes de pecho y se lamentaban por él. Jesús se volvió a ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque vienen días en los que se dirá: ‘Dichosas las estériles, los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han amamantado’. Entonces comenzarán a decir a las montañas: ‘Caed sobre nosotros’, y a los collados: ‘Sepultadnos’; porque si esto hacen al leño verde, ¿qué no harán al seco?”.


La Calavera

(Mt 27,33-34 – Mc 15,22-23 – Lc 23,32 – Jn 19,18b)

Lo llevaron a un lugar llamado Gólgota (que significa “la Calavera”). Llevaban también a dos criminales para ejecutarlos con él. Al llegar al lugar, dieron de beber a Jesús vino mezclado con hiel; pero él lo probó y no lo quiso beber.


Con él crucificaron a dos ladrones

(Mt 27,38 – Mc 15,25.27-28 – Lc 23,33-34a)

Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los criminales, dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: ‘Fue contado entre los criminales’. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron.


Se repartieron sus vestidos

(Mt 27,35 – Mc 15,24 – Lc 23,34b – Jn 19,23-24)

Los soldados, después de crucificar a Jesús, se repartieron la ropa en cuatro partes, una para cada uno. Dejaron aparte la túnica, tejida de una pieza de arriba abajo sin costura alguna. Por eso se dijeron: “No debemos partirla; echémosla a suertes a ver a quién le toca”. Para que se cumpliera la Escritura: Se repartieron mis vestidos y echaron a suertes mi túnica. Es cabalmente lo que hicieron los soldados.


“Lo escrito, escrito está”

(Mt 27,36-37 – Mc 15,26 – Lc 23,35a.38 – Jn 19,19-22)

Y se sentaron allí para custodiarlo. Pilato, por su parte, escribió y puso sobre la cabeza [de Jesús una] inscripción con la causa de su condena; que decía: “Jesús Nazareno, el rey de los judíos”. El pueblo estaba mirando. Muchos judíos leyeron la inscripción, porque donde Jesús fue crucificado era un sitio cercano a la ciudad; y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas ‘El rey de los judíos’, sino que él dijo: ‘Soy rey de los judíos’”. Pilato respondió: “Lo que he escrito, escrito está”.



Lo insultaban

(Mt 27,39-44 – Mc 15,29-32 – Lc 23,35b-37)

Los que pasaban por allí le insultaban moviendo la cabeza y diciendo: “¡Bah! ¡Tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo si eres hijo de Dios, y baja de la cruz!”. Del mismo modo los sumos sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos se burlaban de él y decían: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. ¡El mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos en él! Confiaba en Dios. Que lo libre ahora, si es que lo ama, puesto que ha dicho: Soy hijo de Dios”. Los ladrones que estaban crucificados con él también lo insultaban. También los soldados se burlaban de él, se acercaban y le daban vinagre, diciendo: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.


“Hoy estarás conmigo en el paraíso”

(Lc 23,39-43)

Uno de los criminales crucificados le insultaba diciendo: “¿No eres tú el mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reprendió diciendo: “¿Ni siquiera temes a Dios tú que estás en el mismo suplicio? Nosotros estamos aquí en justicia, porque recibimos lo que merecen nuestras fechorías; pero éste no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey”. Y le contestó: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.


Estaban en pie junto a la cruz su madre...

(Jn 19,25-27)

Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo preferido, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó con él.


“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

(Mt 27,45-47 – Mc 15,33-35 – Lc 23,44-45)

Desde el mediodía las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta las tres de la tarde. El sol se eclipsó y la cortina del templo se rasgó por medio. Y hacia las tres de la tarde Jesús gritó con fuerte voz: “Elí, Elí, lemá sabactani?” (que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “¡Mirad, éste llama a Elías!”.


“Tengo sed”

(Mt 27,48-49 – Mc 15,36 – Jn 19,28-29)

Después de esto, Jesús, sabiendo que todo se había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. En aquel momento uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja. Había allí un vaso lleno de vinagre; empapó la esponja en el vinagre, la puso en una caña, se la acercó a la boca y le dio de beber. Los otros decían: “¡Deja! A ver si viene Elías a salvarlo”.


“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”

(Mt 27,50 – Mc 15,37 – Lc 23,46 – Jn 19,30)

Cuando Jesús lo probó, dijo: “Todo está cumplido”. Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. E, inclinando la cabeza, expiró.


“Verdaderamente éste era hijo de Dios”

(Mt 27,51-56 – Mc 15,38-41 – Lc 23,47-49)

Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron y, saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión, por su parte, y los que con él estaban custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, tuvieron mucho miedo. El oficial, situado frente a él, al verlo expirar así, daba gloria a Dios, diciendo: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Y toda la gente que había asistido al espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba dándose golpes de pecho. Todos los conocidos de Jesús estaban a distancia, igual que las muchas mujeres que lo habían seguido desde Galilea para atenderle, presenciando todo esto. Entre ellas estaba María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, Salomé y la madre de los hijos de Zebedeo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.


“No le quebrarán hueso alguno”. “Verán al que traspasaron”

(Jn 19,31-37)

Como era la víspera de la pascua, para que no quedaran los cuerpos en la cruz el sábado —pues era un día muy solemne—, los judíos rogaron a Pilato que se les quebraran las piernas y los quitaran. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Al llegar a Jesús y verlo muerto, no le quebraron las piernas; pero uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua. El que lo ha visto da testimonio de ello, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros creáis. Todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No le quebrarán hueso alguno’. Y también otra Escritura que dice: ‘Verán al que traspasaron’.



José lo depositó en su propio sepulcro nuevo

(Mt 27,57-61 – Mc 15,42-47 – Lc 23,50-56 – Jn 19,38-42)

Al caer la tarde, como era la preparación de la pascua, es decir, la víspera del sábado, vino un hombre rico de Arimatea, ciudad de Judea, llamado José, insigne miembro del tribunal supremo, hombre bueno y justo, el cual no estaba de acuerdo con las actuaciones del tribunal y que esperaba el reino de Dios; era también discípulo de Jesús, aunque lo tenía en secreto por miedo a los judíos. Se atrevió a ir a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. [Cuando] se presentó a Pilato y le pidió que le dejara llevar el cuerpo, Pilato se extrañó de que ya hubiese muerto; llamó al oficial y le preguntó si había muerto ya. Al saberlo por el oficial, Pilato concedió el cadáver a José y mandó que se lo dieran. Llegó también Nicodemo, aquel que anteriormente había estado con él por la noche, con unas cien libras de una mezcla de mirra y de áloe. José compró una sábana, lo bajó de la cruz, tomó el cuerpo, lo envolvió en [la] sábana limpia con aromas, como acostumbraban los judíos a sepultar y lo depositó en su propio sepulcro, que había hecho excavar en la roca, en el que todavía no había sido puesto nadie. Como el sepulcro estaba cerca y tenían que preparar la fiesta del día siguiente, pusieron allí a Jesús. Luego hizo rodar una losa grande para cerrar la puerta del sepulcro y se fue. Era el día de la preparación de la pascua, y rayaba ya el sábado. Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea lo siguieron de cerca y vieron el sepulcro y cómo fue colocado su cuerpo. Estaban allí María Magdalena y la otra María, la madre de José, sentadas frente al sepulcro, mirando dónde lo ponían. Regresaron y prepararon aromas y ungüentos. El sábado descansaron, como estaba prescrito.
 

“El último engaño sea peor que el primero”

(Mt 27,62-66)

Al otro día, el siguiente a la preparación de la pascua, los sumos sacerdotes y los fariseos fueron juntos a Pilato y le dijeron: “Señor, nos hemos acordado de que ese seductor dijo cuando aún vivía: A los tres días resucitaré. Manda asegurar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos, y el último engaño sea peor que el primero”. Pilato les dijo: “Tenéis guardias, id y aseguradlo como creáis”. Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y montando la guardia.